lunes, 4 de agosto de 2008

:::MUTACIONES

franco ingrassia


01. introducción

"Yo simplemente no puedo entender lo que se puede hacer con el obrero europeo ahora que se ha hecho una cuestión de él. Está demasiado cómodo para no pedir más y más, como para no exigir con mayor inmodestia. Después de todo, tiene el número de su lado. Ya ha desaparecido la esperanza de que un tipo de hombre modesto y autosuficiente (...) pueda desarrollarse a partir de él (...) ¿Pero qué se hizo? Todo para matar en el huevo las precondiciones para lograr eso (...) Se habilitó al obrero a prestar servicio militar, se le dió derecho a organizarse y votar: ¿Cómo sorprenderse entonces de que el obrero de hoy viva su propia existencia como angustiante? Si uno quiere el fin, uno también tiene que querer los medios: si uno quiere esclavos, uno es tonto si los educa para ser amos."

(Nietzsche, 1971 [1888])

Este trabajo se propone aportar algunos elementos para pensar las transformaciones originadas a finales de los años setenta y todavía en curso. Indagar modalidades posibles de formalización teórica de las transformaciones internas al modo de producción capitalista, la reconfiguración de las formas dominantes de estatalidad y la resingularización del antagonismo y la subjetividad obrera.

Las transformaciones se aceleran y la crítica no parece encontrar un suelo estable desde el cual poder comenzar una contraofensiva. Se tratará entonces, de asumir esa inestabilidad, esa permanentización del desequilibrio como condición de partida, desarrollando un trabajo de pensamiento móvil y flexible. Tan precario y provisional como activo y transformador.

Comenzaremos entonces por un conjunto de aproximaciones a la crisis en relación a la cual el posfordismo se presenta como respuesta.


02. el impasse

El fordismo, como "paradigma productivo" y el taylorismo, como modalidad de organización del trabajo, constituyen los elementos nucleares de un largo ciclo de acumulación capitalista.

Con el presupuesto de una demanda siempre creciente, el fordismo reducía costes aumentando los volúmenes de producción en un proceso de expansión cuantitativa siempre creciente, aumentando la productividad del trabajo a través de la intensificación de los ritmos de trabajo y de la organización heterónoma de cada fase del proceso productivo.

Resulta difícil para nosotros, por la profundidad de los cambios producidos por la "revolución" fordista, reconstruir la fase anterior de la producción capitalista, momentos iniciales de la "subsunción formal" del trabajo en el capital. En esos momentos originarios, el capital se limitaba a reeditar los modos de producción precapitalistas imponiéndoles la normativa de la relación salarial y convirtiéndolos, de esta manera, en "trabajo productivo", es decir, actividad susceptible de producir plusvalía. En esos grandes talleres preindustriales de manufactura, los flamantes obreros se limitaban a continuar elaborando sus productos según saberes y procesos productivos artesanales, precapitalistas. El capital se limitaba a esperar, por así decirlo, "afuera" del proceso de producción, para pagar al obrero su salario, colocar al producto en el mercado, transformándolo en mercancía y apropiarse del plusvalor escamoteado al trabajador al final del ciclo.

Como en una representación inversa del nomadismo obrero de los tiempos actuales "las manufacturas eran débiles e inestables, al estar obligadas a desplazarse a donde hubiera obreros hábiles." (Coriat, 1982). El obrero de oficio ejercía su fuerza contra el capital a través de la gestión del saber productivo (y de su escasez) y del control de los ritmos del trabajo. Es de este modo que las organizaciones obreras pretayloristas se concentran, no tanto en la capacidad de acción coordinada sino en la determinación de criterios para la transmisión de los saberes. Los obreros, salvo casos excepcionales, permitían únicamente a sus hijos devenir aprendices y heredar sus secretos. Es esta situación de escisión la que aparece manifestada claramente en el Manifiesto de los Delegados de las Corporaciones Obreras, de 1849, "la cuestión del trabajo se divide en dos partes: la organización particular del taller y la organización del intercambio general de los productos". Producción e intercambio aparecían como esferas heterogéneas pero articuladas, cada una con su legalidad propia, cada una con su figura dominante, trabajo y capital.

La superación de ese obstáculo en la acumulación del capital vendrá de la mano del cronómetro (Taylor) primero, y de la línea de montaje (Ford) después.


02. el principio oculto del taylorismo

"Si la fábrica taylorista era una estructura productiva feroz, despótica, agresiva, es porque era "dualista". Porque se fundaba en la idea de una separación y de una contraposición estructural entre los principales sujetos productivos. La fábrica incorporaba, en su misma "constitución", el conflicto, la relación de fuerza. Para superarlo, ciertamente; para disolverlo en la universalidad objetiva de la ciencia, pero no sin un resto irreductible en su mismo planteamiento: la alteridad obrera dentro del sistema de máquinas ha sido, hasta el final, el principio oculto del taylorismo."

(Revelli, 1996)

Bienvenidos a la "fábrica dual", a la fábrica fordista. A su derecha, la línea de montaje, producto cúlmine de la expropiación capitalista del saber productivo de los obreros. A su izquierda, los técnicos, los obreros de cuello blanco, los mandos intermedios, sosteniendo la rígida estructura jerárquica que tensa la actividad productiva. Fuera de escena, oculta como el mundo subterráneo de Metrópolis, la potencia productiva, la alteridad obrera.

El fordismo, en tanto transformación de la "composición técnica" del capital, es correlativa de una mutación de la "composición subjetiva" del trabajo. Nacimiento de una nueva figura obrera que con el tiempo devendría central: el obrero-masa. Tomando el relevo del obrero de oficio, producto de la violenta subsunción formal del artesanado precapitalista, esta nueva figura presenta una serie de características, fortalezas y debilidades completamente diferentes. Descualificado y polivalente, se trata del sujeto de un trabajo no ya individual sino cooperativo. El obrero masa ya no fabrica el producto en su totalidad de manera individual, sino que co-opera, produce de manera colectiva a partir del ensamble de distintas operaciones productivas parciales. Pero la cooperación es casi por completo organizada "desde afuera", por el mando capitalista, a través de la organización científica del trabajo. Se trata de un proceso de abstracción, de definición en términos genéricos de tareas parciales dentro del ciclo productivo para que puedan ser realizadas en el menor tiempo posible, maximizando por lo tanto la productividad. El obrero masa es por lo tanto un trabajador sin oficio concreto, pero con capacidad de trabajo abstracto (es decir, con capacidad de decodificación de la definición de la tarea asignada y de su traducción en acciones productivas específicas). Se trata además, como mencionamos anteriormente, de un trabajador que no fabrica el producto en su totalidad de manera individual. Las economías de escala, la expansión de los mercados de consumo de la posguerra y la estrategia de abaratar costos unitarios aumentando el volumen de la producción general llevan a la concentración de un gran número de estos nuevos sujetos productivos en grandes unidades de producción. El territorio ha sido reconfigurado. Los protagonistas están en posición. La refundación del movimiento obrero está por comenzar.


03. el fin supuesto de la organización

"La dirección está hasta tal punto preocupada por sus esfuerzos tendientes a controlar a los obreros, que pierde de vista el fin supuesto de la organización. Un visitante imprevisto, por cierto se quedaría asombrado al enterarse de que ese fin es asegurar la producción."

(Whyte, 1955)

Así como el obrero profesional hacía de la gestión del saber productivo su principal estrategia de lucha contra los patrones, el obrero-masa descubre rápidamente su principal arma. "Después de todo, tienen el número de su lado". La capacidad de acción concertada, la unidad y la organización centralizada constituirán principios que convenientemente ritualizados, es decir desconectados de las experiencias materiales en las que estaban arraigados, persistirán hasta nuestros tiempos en lo que queda de los sindicatos industriales. El obrero-masa descubre su fuerza en su capacidad de cortocircuitar la escisión entre mando y producción, en la capacidad de tender redes autónomas de contragestión del proceso de producción, volviéndose una "variable independiente" en el proceso productivo. La huelga emerge en este momento como el instrumento clave, la materialización culminante del poder del obrero-masa, de su capacidad de influir de forma directa en la producción, obligando a los patrones a instrumentar instancias de negociación. En este punto, el sindicato industrial emerge como detentor del "monopolio de la negociación", cuestión fundamental a la hora de lograr que todos los vectores de conflictividad confluyesen en un mismo punto, generando la mayor fuerza posible.

Se genera en este momento, un proceso doble de "constitucionalización del trabajo", es decir, de codificación jurídico-legal del antagonismo obrero.

Por una parte (con cronologías diferenciales según el grado de desarrollo de cada país o zona geográfica) comienza a reformularse o, en algunos casos, a instituirse un cuerpo de leyes con injerencia sobre la esfera productiva. Muchas de reivindicaciones históricas se ven plasmadas jurídicamente (derecho a huelga, derecho de asociación y reunión de los trabajadores, prohibición del trabajo infantil, establecimiento de salarios mínimos, reglamentación de los despidos, aguinaldos, indemnizaciones, establecimiento de la jornada de ocho horas, sábado inglés, etc.). El Estado comienza a configurarse como una parte interviniente en el tenso proceso productivo.

Por otra parte, se genera el movimiento inverso, de la fábrica al Estado. Es el momento de la consolidación de los grandes partidos obreros y de una reconfiguración profunda de las formas de la estatalidad en el llamado Estado keynesiano, mediante un proceso que podría describirse como un dislocamiento político del antagonismo social. Permitiendo descomprimir ciertas tensiones del ámbito productivo, aseguramdo la producción, la nueva tarea del Estado consistrá en funcionar como espacio de concertación de clase, sustituyendo el antagonismo económico-social por la correlación de fuerzas políticas, alejando al menos en parte las dinámicas de conflictividad y sus fluctuaciones del corazón del proceso productivo. Lo que realmente estaba en juego en el Estado keynesiano, en la definición de sus políticas impositivas, monetarias y sociales, era qué porción del plusvalor retornaría de manera indirecta a sus productores, en tanto nuevos niveles de socialidad, de expansión de la esfera público-estatal y qué porción contribuiría a la valorización del capital.

Pero esta expansión de lo público, estos niveles crecientes de bienestar en el ámbito de la reproducción (salud, vivienda, educación, sistemas de pensiones, etc.) no eran sin costes. Por una parte, el anudamiento de lo público a lo estatal signaba todos estos espacios de reproducción, organizándolos según lógicas disciplinarias y constituyéndolos no sólo como lugares de "reproducción ampliada" del trabajo sino también en tanto espacios de reproducción de las relaciones de clase existentes.

Sin embargo, la cita de Nietzsche es certera, el obrero estaba "demasiado cómodo para no pedir más y más". Y, casi proféticamente, señala en las causas de esta "desmesura obrera" en los procesos de "ciudadanización" de los trabajadores, en las relaciones que el Estado establece con la masa de trabajadores.

Se constituye una especie de "ciclo virtuoso" en el cual a niveles crecientes de conflictividad se repondía con niveles crecientes de politización del conflicto y por tanto con una traducción de la intensidad antagonista en una "expansión de la "socialidad" instituida desde el Estado" (Revelli, 1996) la cual a su vez servía de punto de partida más elevado para nuevas luchas y reivindicaciones. El ciclo casi generalizado de luchas obreras de los años 60 y los 70 generan, por una parte, un nivel de expansión del bienestar y de redistribución equitativa de la renta que nos tienta a recordar esas épocas con nostalgia, y por otra parte una profunda crisis en el seno del capital, al verse impedido de continuar incrementando la tasa de ganancia como consecuencia de la "desmesura" de los salarios (tanto en sus componentes directos de contraprestación, como en sus componentes indirectos, es decir, de la renta socializada a través del Estado).

Los contenidos de estas luchas comenzaban también a resultar desconcertantes para el capital y para buena parte del movimiento obrero institucional. El rechazo al trabajo, el diseño de proyectos vitales en los cuales el trabajo fuese más "un episodio en una biografía" (Virno, 2003) que el elemento central de todo proyecto vital, la exigencia de espacios crecientes de gestión obrera de los procesos productivos, la crítica a las tareas repetitivas y alienantes y la reivindicación de las capacidades creativas de los obreros eran modalidades de "retorno de lo reprimido" por la "racionalización" heterónoma impuesta por la "organización científica del trabajo" en la cual el trabajador quedaba reducido a mero apéndice del sistema de máquinas, inyección pura de trabajo vivo a través de una acción desprovista de cualquier contenido subjetivo.

Los límites impuestos por la saturación de los mercados de consumo (que dificultaban la clásica estrategia de la expansión del volumen de producción como forma de maximizar el beneficio) como por las perspectivas de agotamiento de los recursos no renovables sumados a las nuevas modalidades de gestión de la información que posibilitaban las nuevas tecnologías microelectrónicas serían también elementos claves en la profunda reestructuración que comenzaría a fines de los 70. Se trataba de ir más allá de los paradigmas existentes. De dar otras respuestas a los mismos problemas a los que los movimientos antagonistas intentaban responder. Del fordismo al posfordismo, del welfare state al estado poskeynesiano, de la mediación política a las configuraciones pospolíticas del antagonismo. En palabras de Paolo Virno, se trataba de dar inicio a "la contrarrevolución".


04. pensar al revés

"Hay dos maneras de incrementar la productividad. Una es incrementar las cantidades producidas, la otra es reducir el personal de producción. La primera es evidentemente la más popular. También la más fácil. La otra, en efecto, implica repensar la organización del trabajo en todos sus detalles."

(Ohno, 1978)

"Si es cierto que la clase obrera impone objetivamente opciones precisas al capital, es cierto también que el capital materializa después estas opciones en clave antiobrera."

(Tronti, 1964)

La clave de la mutación posfordista reside en la traducibilidad entre ruptura e innovación. Para poder comprender desde una perspectiva genética las transformaciones actualmente en curso tenemos que ser capaces de leer en ellas la "materialización en clave antiobrera" de los elementos centrales de ruptura antagonista de la anterior fase del desarrollo del capital.

La fábrica posfordista pierde sus características de espacio fuertemente territorializado, de punto de concentración de los recursos productivos para diseminarse en la sociedad. Emerge el modelo de la empresa-red, que "permite una mayor diferenciación de los componentes de mano de obra y capital de la unidad de producción y probablemente incorpora mayores incentivos y una responsabilidad escalonada, sin alterar necesariamente el modelo de concentración del poder industrial y la innovación tecnológica." (Castells, 2000). Se trata de pensar la materialización de los ciclos productivos en una trama difusa de nodos de producción con capacidad de operación relativamente autónoma. Mientras las grandes fábricas fordistas comienzas procesos de automatización, informatización y externalización del trabajo ("outsourcing") surgen empresas-red de nuevo tipo que carecen desde un principio de unidades productivas propias, limitándose a concentrar las capacidades de organización logística de los recursos, la producción de marca y la distribución (por ejemplo, Bennetton).

A fines de los años 70 los modelos de gestión japoneses comienzan a diseminarse por Europa y Estados Unidos, convirtiéndose en la piedra angular de la "contrarrevolución posfordista". La obra de Ohno, vicepresidente de Toyota, resulta fundamental. Para Ohno, los pilares del "toyotismo", en tanto sistema de producción son dos: (1) la producción "just in time" y (2) la autoactivación de la fuerza de trabajo.

Detengámonos en este segundo punto. De lo que se trata es de "poner a trabajar" la subjetividad obrera, aquel elemento que el fordismo buscó desesperadamente eliminar del proceso productivo, conjurándolo como vector de subversión. Como indica André Gorz, uno de los elementos esenciales en la producción flexible del sistema Toyota "es que resulta indispensable una gran proporción de autogestión obrera del proceso de producción para obtener, a la vez, un máximo de flexibilidad, de productividad y de rapidez en la evolución de las técnicas y en el ajuste de la producción a la demanda. Mientras que, para el taylorismo, había que combatirlos como la fuente de todos los peligros de rebelión y de desorden, la autoorganización, el ingenio y la creatividad obreras eran, para el toyotismo, un recurso que se debía desarrollar y explotar." (Gorz, 1998) De un sistema disciplinario, donde la clave del dominio del proceso productivo consiste en poder determinar normativamente todas y cada una de las tareas necesarias en el proceso de producción, la gestión se desplaza a un paradigma centrado en la modulación, a través de redes de control, de la autoactivación (capacidad de autogestión, ingenio, creatividad, en una palabra, subjetividad) obrera.

La flexibilidad y el control también se traducen en términos de precarización del trabajo. Los teóricos del posfordismo están comenzando a aplicar las categorías con las que Marx analizaba al ejército industrial de reserva a la totalidad de la fuerza de trabajo. Si en el posfordismo la ocupación tendía a ser estable y los períodos de desocupación excepcionales, hoy la tendencia parece invertirse configurando una fuerza de trabajo en principio superflua y que sólo deviene productiva (esto es, productora de plusvalía) si existe demanda en el mercado. En un contexto cada vez más fluctuante, el capital se convierte de forma creciente en un elemento que parasita la cooperación social preexistente, que "absorbe la productividad del trabajo social traduciéndolo en valor de cambio" (Virno, 2003).

05. ante todo, la policía

"La idea de que el Estado es ante todo la policía resulta difícil de admitir por parte de aquellos que durante mucho tiempo han imaginado un desarrollo de la libertad también como una disminución de la función represiva del Estado."

(Vattimo, 1991)

Si el Estado keynesiano penetraba en la fábrica, urdiendo "un proceso de constitucionalización del trabajo, es decir, la mediación y la disposición de las fuerzas productivas y antagonistas del trabajo dentro de la constitución jurídica del Estado, que a su vez hunde sus cimientos en estas mismas fueras del trabajo" (Hardt y Negri, 2003), deviniendo de este modo mediación política del antagonismo social, si las prácticas militantes contra la operatoria estatal consistían en organizar la sustracción fragmentaria de los intercambios sociales de esta heteronomía, hoy las cosas han cambiado significativamente.

El proceso de subsunción real de la sociedad en el capital repercute en el Estado de manera certera. Si la lógica de lo estatal era la lógica de la mediación de los conflictos, si los aparatos estatales funcionaban como dispositivos de recaptura de los elementos antagónicos, hoy esta dialéctica pierde su fundamento y el Estado es absorbido por la lógica del mercado. La "absorción de la política por las costumbres parlamentarias" (Milner, 2003) es sólo un síntoma de la mutación contemporánea del Estado que "asiduamente extenuado, ora por adelgazamiento, ora por expansión cancerosa, se desinteresa de todo lo que no hace de él un amplificador de lo rentable, pero se muestra interesado en toda forma de rentabilidad. Todo progreso del Estado puede pasar entonces por un progreso de la forma-mercancía." (Milner, 2003). Haciendo de la lógica mercantil su principio, el Estado no desaparece sino que se transforma. Convertido en una fuerza más que opera en el mercado (y no ya sobre el mismo), el Estado consigue alcanzar su propia estabilidad "mediante una abstracción jurídica respecto del campo social" (Hardt y Negri, 2003) que John Rawls, un autor clave en la teoría jurídica neoliberal, denomina "el método de elusión" (Rawls, 1996). Se trata de un método que, identificándose especularmente con los procedimientos militantes de sustracción, los invierte formulando "un procedimiento por el cual un régimen democrático puede eludir (y no resolver) los conflictos sociales con el fin de mantener la unidad estable de su orden" en la cual "la función de la policía es crear y conservar una sociedad pacificada, o la imagen de una sociedad pacificada, impidiendo la incidencia de los conflictos en la máquina del equilibrio" (Hardt y Negri, 2003).

El pasaje de un paradigma de gestión del conflicto basado en la mediación a uno sostenido en la idea de la dispersión es correlativo a un fenómeno de fragmentación generalizada del campo social. La noción misma de sociedad civil pierde su fuerza descriptiva al confrontarse con el proceso de deconstrucción de las instancias de estructuración social que habían hecho de la mediación (o de la "lucha por el reconocimiento" previa a toda mediación) su razón de ser. El proceso de desmantelamiento no afecta tanto al Estado (que tiende más bien a reestructurarse, a reasignar sus recursos desde esta nueva lógica) sino a la sociedad misma, que pierde progresivamente su consistencia y se convierte en una especie de "caudal liminar", dispersión generalizada de individuos atomizados prácticamente sin contactos los unos por los otros, donde toda interacción posible se reduce al intercambio mercantil que, a diferencia de la sociabilidad estatal-keynesiana, es por estructura una dinámica no exhaustiva, incapaz de producir cohesiones duraderas y de conjunto sino una serie aleatoria de factores de cohesión temporales y locales. Este tipo de movilidad y la pérdida de fundamento de las modalidades de estructuración colectiva orientadas a la mediación en el Estado generan una deconstrucción de la figura del ciudadano, un tipo subjetivo que queda desplazado ante la potencia de una nueva figura emergente, el consumidor.

06. isomorfismos

Si pensamos conjuntamente (1) el proceso a través del cual el Estado reemplaza la mediación representativa por los procedimientos de elusión como modalidad básica de gestión de los conflictos, (2) la mercantilización generalizada de los intercambios sociales que causan la transición del ciudadano al consumidor como tipo subjetivo dominante y (3) el "devenir superfluo" de los espacios de estructuración de la sociedad civil (antes legitimados por su capacidad de representar a los ciudadanos en las distintas instancias estatales de mediación) podemos a la vez comprender en parte las causas de la "crisis de ciudadanía" imperante en la sociedad capitalista contemporánea e identificar significativos isomorfismos entre algunas prácticas estatales poskeynesianas y ciertos procesos de gestión posfordistas de la fuerza de trabajo.

Los procedimientos de elusión no implican la producción de una máxima distancia entre el Estado y la sociedad sino una gestión precisa de la permeabilidad de esa frontera. Descartados los mecanismos representativos que eran inherentes a lógica keynesiana de la mediación del conflicto la forma-Estado contemporánea inserta progresivamente episodios de participación en sus secuencias de gestión. Se trata de procesos de construcción local y provisoria de ciudadanía, destinadas a producir los "inputs" necesarios para organizar las líneas de gestión que el Estado, completamente vaciado de su dimensión representativa, no podría desarrollar por sí mismo. Estos mecanismos devienen importantísimos dispositivos de producción de legitimidad. De alguna manera, el proceso sugiere la noción de "autoactivación de la ciudadanía". No se trata de procesos de "falsa participación" en los que se intente manipular a los ciudadanos, o al menos no es esto lo esencial. Los gobernantes tienen tanto interés por escuchar lo que los ciudadanos tengan para decir acerca de la gestión estatal como a los directivos de la Toyota o la Volvo les interesan las propuestas de sus trabajadores acerca de los procesos productivos. De lo que se trata es de poder hacer una lectura de las secuencias más amplias en las que estos procesos de participación de insertan, y en las condiciones que los hacen posibles. Nuevamente las nociones de control y disciplina nos resultan útiles para establecer algunas diferencias. En las sociedades disciplinarias el dominio se materializa a través de la producción positiva de la morfología del objeto dominado, sea entendido en términos de fuerza de trabajo o de ciudadanía, a través de dispositivos de subjetivación específicos y exhaustivos cuyos modelos paradigmáticos son las "instituciones de encierro" (fábrica, escuela, hospital). En las sociedades de control, por otra parte, las prácticas disciplinarias no desaparecen sino que se desterritorializan (encontramos prácticas productivas, médicas y pedagógicas atravesando todo el campo social) convirtiéndose en procesos de modulación de las experiencias autónomas de producción de subjetividad. La "autoactivación" del campo social alimenta a sus estructuras de dominio, que se nutren de estas experiencias de autonomía insertando los productos de la creatividad social en sus procesos de gestión.


08. heterotopías

Dentro de este cuadro de situación el antagonismo, lejos de desaparecer, se reconfigura de maneras pospolíticas. Si el proceso de mediación política desaparece, la organización de su disrupción pierde también su capacidad transformadora. Las prácticas de subversión se revelan ineficaces contra una lógica de dominio que no opera ya por la estabilización de ordenamientos, por la sobrecodificación de "las prácticas que anudan a los cuerpos, los nombres, las tareas y los lugares" (Rancière, 1998) sino por la modulación flexible de las distintas dinámicas de lo social. El desafío es poder generar, en un contexto de dispersión, formas de cohesión alternativas a la generada por los circuitos de valorización del capital. En este sentido, las prácticas militantes se reformulan, centrándose en la constitución de secuencias autónomas de reproducción de la vida social, en las cuales la política pierde la centralidad de antaño, para componerse con las distintas dimensiones económicas, afectivas y culturales de la comunidad.

Ni experiencias exclusivamente alternativas ni exclusivamente de confrontación. Ni únicamente políticas ni sociales. Ni meramente cooperativas ni solamente sindicales. Las configuraciones pospolíticas del antagonismo experimentan con la hibridación de los modelos y dispositivos de organización, pensamiento e intervención anteriores. No por mero experimentalismo sino a partir de la búsqueda de composiciones adecuadas para un terreno radicalmente alterado. La "gramática de la multitud posfordista" (Virno, 2003) parte de la hipótesis de que la conflictividad social no deja reconducirse ya a oposiciones simples: la complejidad, la multiplicidad y la inestabilidad son los elementos que constituyen el plano en el que se despliegan tanto los procesos de heteronomía del capital como las experiencias autónomas, con lo cual las fronteras son difusas (pero no inexistentes), existiendo constantemente dinámicas vertiginosas de reapropiación bidireccional de los conceptos, las prácticas y los dispositivos.

La constitución de una "esfera pública no estatal" (Virno, 2003) busca partir de las capacidades de cooperación autónoma que ya existen en la sociedad (y que, incluso, constituyen la condición de posibilidad de la producción posfordista y la gestión estatal poskeynesiana) reorientando sus potencialidades a dinámicas del hacer social que "no separen a los hacedores de su propio hacer" (Holloway, 2002). Dispositivos capaces de construir habitabilidad, es decir vida comunitaria autoorganizada, en los desiertos que produce el capital financiero pero que a su vez constituyan máquinas de guerra generadoras de dinámicas expansivas de reabsorción de las competencias y reapropiación de los recursos que el Estado todavía conserva.

Más allá de cualquier dimensión utópica, este tipo de experiencias de diseminan hoy por todo el mundo. No forman parte de un proyecto único, pero sí comparten sus herramientas de pensamiento. No tienden a la constitución de una organización unificada, pero sí coordinan sus acciones y socializan sus recursos. No se identifican bajo un mismo nombre, pero sí logran reconocerse en lo que sus apuestas tienen en común.

Se trata de experiencias donde la potencia múltiple y creativa rechaza el destino impuesto de alimentar la acumulación de muerte y pasado que constituye al capital, desarrollando procesos colectivos de inmanencia, afecto, pensamiento, expansión y alegría.<<<

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